Alma en el armario

A

Por: Rosaria Tuberosa


Decir que te olvidé puede parecer hipócrita pero no, te recuerdo y no sé si algún día deje de hacerlo. Entonces tú te preguntaras por qué no estás aquí conmigo.
Siempre pensaré en ti y lloraré sin que nadie me vea, todavía me pesa no haberte dado la única oportunidad que tenías. Aún no me repongo de habernos separado.
Muchas veces sueño contigo, que te beso y te abrazo, que duermo a tu lado sin hacer ruido para no despertarte. Pienso en esas largas caminatas tomados de la mano, en las que me miras y sonríes, me haces preguntas y yo no sé por dónde comenzar para que me entiendas. Te pones algo incómodo por mis inseguridades y tengo que convencerte que todo está bien. Con algo de frustración y resignación, pero sin soltarme la mano, seguimos caminando.
Estuvimos poco tiempo juntos como uno. Lloraba a ratos porque mientras tú te sentías seguro, yo deambulaba por la posibilidad de dejarte o continuar. Esas lágrimas intermitentes no me dejaron dormir muchas noches, porque quería quedarme contigo y a la vez no.
El tiempo se hacía corto y cada día que pasaba se me hacía más difícil tener el valor para decirte adiós, le di algunas largas hasta que estaba al límite y tenía que tomar una decisión. No quería encariñarme más contigo.
Se llegó el día en que la disolución de nuestra unión fue inminente. Me puse ropas cómodas, pero dejé mi alma a propósito en el armario, pretendiendo no tener emociones esa mañana. Tomé las llaves del carro y manejé hasta el sitio donde acorde verme con alguien que haría posible un “hasta aquí» entre nosotros.
Llegué al lugar y abrí la puerta de ese cuarto y allí estaba él, sentado detrás de una mesa, acompañado de una mirada serena y una sonrisa fresca, no había juicio, sólo una amable bienvenida. Me invitó a sentarme y conversamos un poco para romper el hielo. No hablamos de tí, claro que no. Me ofreció café y asentí, lo sirvió en una taza y me la puso lo más cerca posible, estaba haciendo méritos para que no me sintiera incomoda.
Cuando la tuve en mis manos alcé la mirada y me di cuenta que había dejado de mirarme, seguro estaba contestando algún mensaje más importante que yo en ese momento.

Advirtió que devolví la taza intacta al mismo sitio y no articulé palabra. Con un tono de voz compasivo me dijo “ve al baño para que te quites la ropa y arréglate”, a lo que obedecí en silencio. Me indicó con la mano dónde estaba la puerta y entré, cerrándola y encontrando de frente un espejo en el que vi a una mujer de la cintura para arriba, sintiendo vergüenza de sí misma.
Ya desnuda completamente, me puse encima una vestimenta descartable mientras seguía buscando en ese reflejo alguna señal que me hiciera retractarme, no hubo nada, sólo silencio. Me quedé un rato más de lo normal encerrada en mi trance hasta que decidí salir. El salón estaba solo,reposaban las tazas de café en la mesa. Ya me estaba esperando en el cuarto.
Caminé hasta la puerta, se paró frente a mí y quitó un mechón de pelo que se interponía entre nuestras miradas, indicándome una vez más que hacer. Tenía que acostarme en esa cama en la que pondría fin a lo nuestro. Una vez más obedecí, me acosté lentamente hasta asegurarme que mi cuerpo estuviera en horizontal para que él empezara a tocarme. Otra instrucción de su parte: acércate más hasta el borde, y así lo hice, dejando la mirada en el techo y sintiendo que Dios se había olvidado de los dos.
Con sus brazos separó mis piernas y aseguró los pies dentro de unos aros que impedirían cualquier movimiento para cerrarlas. Luego un objeto metálico entro en mi útero separándolo también, después de unos pinchazos que me llegaron hasta el cráneo, se acercó por un costado hacia mi rostro para decirme “será rápido, relájate”. Aún con los ojos abiertos sentí como las lágrimas salían y se quedaban empozadas en mis oídos.
Respiré profundo y le conteste “termina con esto ya, estoy lista”. No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que no fue indoloro, una máquina trituró y aspiró lo que quedaba de ti y de mí, tiñendo de sangre nuestro adiós.
Volví a la casa y fui directo al armario para buscar mi alma y llorarte, pero ya no estaba, se había ido contigo.

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